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La virtud de la desobediencia

“Si asumes que no hay esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto de libertad, que hay oportunidades para cambiar las cosas, entonces, quizá, puedas contribuir a hacer un mundo mejor». Noam Chomsky

En la película “Capitán Fantástico” de Matt Ross, el personaje principal, Ben, es un activista liberal decidido a llevar a sus hijos por una vida lejos de la frivolidad capitalista de los Estados Unidos y prácticamente del resto del mundo, viviendo así en un bosque de la manera más auto sustentable posible. El fondo del argumento en algún momento de la película se mide en una sentencia muy clara: “Nuestra democracia es una de las luces más brillantes de la justicia social de la historia. Sin embargo, casi todos nuestros conciudadanos utilizan la compra frenética como su forma principal de interacción social”. La decadencia es el antagonismo.

No será la primera ni última vez que el cine retrata la vida de personajes que destacan por lo que algunos llamamos la virtud de la desobediencia. Incluso si analizamos a fondo nos daríamos cuenta que una basta cantidad de películas del cualquier genero suelen presentar a sus héroes como aquellos que sin dudar, colocan sus principios morales por encima de la ley. En la literatura como en la vida real sin embargo la cosa va distinta; las ideologías frecuentemente se van al extremo y terminan siendo complejas utopías. El propio Skinner escribió Walden Dos llamada en referencia a “Walden” de Henry David Thoreau (una historia sobre un hombre que se va a vivir al bosque) con la intención de mostrar su hoy conocida doctrina psicológica. La historia de Skinner es una curiosa utopía sobre una comunidad que vive bajo los fundamentos del conductismo, algo impensable el día de hoy pero que hace 70 años influyó en la psicología y la pedagogía de la cultura occidental. Así pues, el ser humano está acostumbrado a buscar formas de romper paradigmas constantemente adaptándose a las necesidades del momento. La razón por la que Capitán Fantástico llamó mi atención es porque presenta un profundo dilema sobre la educación que podría bien merecer horas de debates de todo tipo. Ben, el padre de estos niños, en su afán progresista se las arregla para demostrar que la educación sistemática (como la conocemos) es prescindible e incluso (al menos como guiño) ¿innecesaria?. La desobediencia aquí, toca terrenos poco conocidos.

Así pues, la mayoría de los sistemas que conforman nuestra civilización han sido confrontados y se han revolucionado principalmente en las últimas décadas motivados muchos por la tecnología y acelerados por las nuevas formas de comunicación. Pero el caso del sistema educativo es distinto (cosa curiosa si consideramos que la educación es la base de la evolución cultural).


Los cambios en la educación han sido más incrementales que disruptivos.

Seguimos asistiendo a las mismas escuelas con salones llenos de mesas y sillas y un maestro al frente de un grupo cuidadosamente elegido de manera que todos presenten características similares, para de esa manera hacer el proceso pedagógico más sencillo (¿para quien?) Algunos elementos de esa ecuación podrían desaparecer pero no lo han hecho, ¿porque?


Creo yo que antes vale la pena preguntarnos, en las vísperas de esta vertiginosa década ¿para qué educamos? En 1762 Jean-Jacques Rousseau escribió su obra más conocida titulada “Emilio” donde describe su idea de educación natural y en la cual afirma que el objetivo de la educación es enseñar a vivir. En principio tampoco parece ser una idea disruptiva pero en la práctica esto está lejos de comprenderse.


El filósofo Mario Gensollen en la obra Humanismo y Universidad asoma una idea: “Los hombres y las mujeres cada vez están más preparados con habilidades que los hacen útiles para la sociedad, pero este avance va en detrimento, por desgracia, de su amplitud de miras: de vidas bien vividas, de seres humanos felices y auténticos. Mientras más preparados estamos técnicamente, menos lo estamos para llevar a buen puerto nuestra existencia”

Así que volviendo a la ecuación, en el sistema educativo actual algunos elementos podrían estar sobrando. ¿Será posible eliminar las escuelas del sistema educativo? La tecnología actual es un atisbo que podría predecir la respuesta: Si. ¿cómo? Quizás, ha llegado el momento de averiguarlo.






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